Los Campos Flegreos son una vasta área volcánica situada al noroeste de la ciudad de Napoles; la palabra “flegreos” viene del griego flègo que significa “quemo”, “ardo”. En la zona aún se reconocen veintecuatro cráteres y elevaciones volcánicas, y algunas presentan manifestaciones gaseosas efusivas (área de la Solfatara) o hidrotermales (en Agnano, Pozzuoli, Lucrino). Geogologicámente el área de los Campos Flegreos es una gran caldera en estado de quiescencia con un diámetro entre los 12 y 15 km en la parte principal, donde se encuentran varios cráteres, pequeñas elevaciones volcánicas y zonas propensas a fenómenos volc’anicos secundarios (fumarolas, aguas termales, bradisismo...). En toda la zona son visibles importantes depósitos de origen volcánica y lagos de origen volcánico (Lago de Averno), y lagos derivados de presas (Lago Fusaro, Lago de Lucrino y Lago Miseno).
La viticultura de la zona resulta aún, incluso hoy en día, profundamente ligada a la tradición, no solámente por lo que concierne las variedades de cepas cultivadas, sino también por los metódos de cultivo – en su mayoría manual, debido a la peculiar conformación del territorio – y por las técnicas de trasformación utilizadas en las bodegas (localmente llamadas “celiai”).
La falanghina, cepa de baya blanca, debe su nombre a la “phalanga”, el poste que utilizan los cultivadores flegreos para sujetar la vid, pero se le llama también “falernina” en Terra di Lavoro (Labor), echo que confirmaría que ésta es, según algunos estudiosos, la cepa molle caleno que daba origen al falerno blanco, probablemente el primer gran DOC de la historia, que los romanos guardaban en ánforas cerradas cuyo sello (pittacium) garantizaba origen y año de cosecha. En el siglo XIX. La falanghina es mencionada con este nombre por los mayores historiadores y conocedores le las uvas de la región de Campania, descrita po Acerbi en 1825 como una cepa que puede dar origen a un vino especial y preciadísimo, y luego por Semmola en 1848.
El piedirosso (o per’e palummo) debería su nombre al característico raspón rojo, de forma peculiar, que recuerda las patitas de las palomas. El origen de la vis es muy antiguo, puesto que parece ser la “Colombina” citada por Plinio en su “Naturalis Historia” como la cepa que entraba en la composición del “falerno” junto con el Aglianico: después de haber sido olvidada durante mucho tiempo, su difusión se ha extendido sensiblemente hacia finales del siglo XIX, cuando se reconoció la oportunidad de abandonar el cultivo de otras cepas para dejar sitio a áquellas más dotadas.